Estereomitos II. La llamada de la selva

POR XAN EGUÍA


Espero que, más o menos, la idea de estos estereomitos haya quedado clara. No lo han entendido, tras la primera entrega, ni banqueros, burócratas o algún que otro funcionario; de hecho, me han aparecido numerosas corbatas grises colgadas del pomo de la puerta. La idea, retomando, es sencilla: buscar en la literatura, y en algún otro tipo de narrativa, una relación con la mitología clásica, sus características, arquetipos y su relación con estereotipos más contemporáneos. Si partimos de Momo, de su búsqueda de una vida más natural y poética, más sana, en confrontación directa con la actual vida encorsetada de corbata y capitalismo, no es difícil encontrar otra referencia en La llamada de la selva, de Jack London. Sí, The Call of the Wild se debería traducir como La llamada de lo salvaje, pero me remito a mi etapa mítica personal: mi infancia.

La llamada de la selva es un mito. Un héroe, con forma de perro, con unas cualidades superiores, perteneciente a la aristocracia, ya que vive en la finca de un juez. Pero es arrojado por el destino fuera del mundo ordinario, a su particular descenso a los infiernos, en el norte, tirando de un trineo en busca de oro. Un mundo duro, cruel, donde se despierta la naturaleza lobuna del perro, llamado Buck. Escucha a los lobos en la montaña, como la llamada de la magia directa a su espíritu primigenio. Como los chamanes que en la selva reciben la visita de un animal totémico, en el que se transforman, el perro vuelve a ser lobo. “Protegido” por un juez, la norma, la ley humana, el perro burócrata se resiste; como Momo, vence la presencia de los hombres grises. Por supuesto, conoce a John Thornton, el único hombre que le demuestra verdadero amor. Es decir, respeta su naturaleza, su libertad. Buck regresará a la montaña, con los lobos. Su origen y destino, un ciclo cerrado, un regreso que supone una mejora de la especie, ya que ha aprendido a reconocer el amor de un humano, pero ha aprendido a rechazar la estupidez y crueldad de su sociedad.


"Aquí, algunas de las ediciones que me pertenecieron un tiempo, pues siempre acabo regalándolas. Además, un par de películas, poco conocidas, inspiradas en la novela".

            Como en todo mito, los símbolos. La ley. El perro. El lobo. El hombre. Sí, es una novela para machotes, qué le vamos a hacer. La estupidez a la que me refería pueda traducirse también en forma de violencia. O de ambición, en la búsqueda obsesiva del oro. Buck, fonéticamente, se asemeja de forma evidente a back, regreso. En alusión a su vuelta a una naturaleza de orden superior, el lobo, y a su lugar de origen, la montaña, lejos de la ciudad artificiosa. También es traducible como dólar, aquí referido al hecho de que Buck fue vendido por un puñado de dólares con el único fin de encontrar oro en el Yukon. Más delicado es el tema de John Thornton, intento moderarme, pero prefiero jugar con todas las posibilidades. John es el auténtico nombre de Jack London, siendo Jack un diminutivo cariñoso -y Buck nos recuerda a Jack-, pero no resulta divertido interpretarlo de modo tan sencillo. John es Juan, el bautista, y que guarde parecidos con la figura bíblica sí puede resultar plausible. Buck lo conoce al lado de un lago, John lo libera de la traílla de perros, que pertenece en este momento a otros dueños, sabiendo de los peligros que entraña cruzar el lago helado. El trineo finalmente se hunde, Buck ha sido salvado por el amor de un hombre. Sin embargo, John morirá, sabemos que acaba en el fondo de una laguna, bautismo de muerte. Imagino que London no podía regalarnos un happy end al estilo Disney, sino que debía aniquilar cualquier atisbo de piedad. Thorn, además, se traduce como espina, lo que puede no significar absolutamente nada o quizá nos inspire a pensar en una corona de espinas, quien sabe, sacrificio que pesa sobre él, que pretendía nada más que ser un hombre libre, como el lobo que nunca pudo ser. Sacrificios, rituales y trascendencia.

            London fue reinterpretado como un darwinista social. No es extraño, ya que se declaró lector de Spencer y otros de su palo. Y sí, es posible reconocer en London y en esta obra la presencia de Nietzsche. El eterno retorno no deja de ser un concepto también conocido en la mitología. Los ciclos de la naturaleza, muerte y resurrección. Acéptalo. Y más te vale aceptarlo, más te vale desear que tu vida merezca la pena, incluso si en un bucle eterno se repitiese una y otra y otra vez. El lobo se vuelve perro, el perro se libera, recupera su espíritu de forma libre, trascendiendo sus anteriores dos naturalezas, pues este ya no es el mismo lobo. Es el quiasmo donde el nuevo lobo no es un lobo, sino un perro que desciende del lobo y se convierte por propia decisión en un nuevo ser: el superlobo. Der übermensch, el superhombre, si insistimos en la corrección de las traducciones: ultra-hombre u hombre-que-trasciende. El que supera toda moral caduca, heterónoma, dependiente de leyes humanas de moral dudosa. Es decir, la voluntad de poder, la fuerza para combatir desde la soledad del individuo libre la estupidez de la sociedad. Ya, Nietzsche podía tener algo de misántropo o misógino; no me posiciono o sabe dios, que ha muerto según el de los bigotes, qué me dejarán este mes en la puerta de casa. Y sí, por supuesto que los nazis pervirtieron el mensaje para reconvertirlo en apología de la superioridad aria, pero no fue la intención original.

Así que, de nuevo, mitología, filosofía y narrativa de la mano, y tan contentas. Lo que siempre me ha cortado la digestión es cómo se ha infravalorado la capacidad expresiva y la importancia de géneros como la novela infantil, la -supuestamente- juvenil, la de aventuras, la ciencia ficción, el terror o cualquier otro género “menor”. Luna llena, salgo a dar un paseo en plena noche, aúllen a gusto.

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