Estereomitos I. Momo y los hombres grises

POR XAN EGUÍA


Momo es una niña que vive sola tras escapar de un orfanato. Ni hay adultos que cuiden de ella ni tampoco que le hagan perder su ingenuidad, su alegría y poética. Un buen día aparecen unos hombres vestidos de gris que se dedican a convencer a todos de que deben aprovechar bien su tiempo, ahorrándolo e invirtiéndolo de la manera correcta. Se ofrecen a gestionarlo a través de su banco de tiempo.

Momo es un dios menor, dedicado a las bromas, defensor de poetas. Sus burlas a Poseidón, Hefesto o Atenea le costaron la expulsión del Olimpo. De algún modo se corresponde con la niña que lleva su nombre ya que este dios es molesto y algo infantil. Además, en la novela, su hogar es un anfiteatro que se compara con los teatros griegos. De algún modo, nos invita a entrar en terreno mítico.


Decía Heidegger que las personas se sienten inmortales mientras dura su vida, ajenos a la muerte, privación última. Mientras se es, se es eternamente. De un modo sencillo, aparentemente ingenuo, Momo nos trasmite lo que tan arduamente Heidegger plasmó en El ser y el tiempo.

“La luna se veía grande y plateada sobre los pinos negros y hacía brillar misteriosamente las viejas piedras de las ruinas. Momo y Gigi estaban sentados en silencio el uno al lado del otro y se miraron largamente en ella: sintieron con toda claridad que, durante ese instante, ambos eran inmortales.”

La idea de tiempo es recurrente, a través de las charlas con el maestro Hora en un espacio-tiempo difuso. El presente existe porque el futuro se convierte en pasado. Aquí sí que vemos al alemán que Ende lleva dentro. Cuanto más despacio se mueve Momo junto a la tortuga Casiopea, más rápido avanza, disfrutando el momento. Los hombres grises, incapaces de pararse a meditar, jamás las alcanzarán. El tiempo es como una flor que habita nuestro corazón y hemos de saber disfrutar mientras aún está viva, mientras no se marchite.

Los hombres grises. Funcionarios de un banco intangible. Vestidos de gris, fumando unos grises cigarros sin pausa, como metáfora del tiempo consumido. Consiguen hacernos creer la necesidad de manipular, vender o aprovechar el tiempo. La vida se transforma en un mercadillo de necesidades vanas y trabajo. Esta fábula, este mito contemporáneo muestra el modo en que conceptos complejos pueden ser explicados a niños y adultos. El nuevo arquetipo mitológico que necesita ser expresado. Ya lo hizo Kafka en El proceso o en El castillo, donde K. se sumerge en una pesadilla, ahogado por el sinsentido de la sociedad burocratizada. Es la crítica de Marx, el hombre unidimensional de Marcuse. No podemos hacer nada, no conocemos las reglas, no está a nuestro alcance cambiar las normas. Y siempre hay un burócrata dispuesto a dominarnos. Los hombres grises, los funcionarios que ajustician a K. Hombre gris es Adolf Eichmann, el burócrata alemán que firmaba los envíos de judíos a los campos. Y más hombres con corbata, como los hombres oscuros de Dark City, los observadores calvos vestidos de traje en Fringe, el agente Smith de la Matrix. Un programa creado como sistema de control que, a su vez, es incapaz de evitar su propio encierro en el sistema, por mucho que se enoje y se multiplique. Los mismos hombres grises son víctimas de su propio poder, del sistema que han creado y los ha fagocitado. La máquina nos domina. Matrix, la primera, acababa con Neo volando mientras suena Wake Up de Rage Against the Machine.

Nuevos tiempos, nuevos mitos. Nuevos arquetipos, como el burócrata que aplasta a la masa siendo él mismo masa. Y sus víctimas; K. fue la primera. Y heroínas, por supuesto, como Momo.


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